Por todos es conocida la fama de supersticiosos que tenemos los marinos.
Yo aquí simplemente voy a hacer mía la tan conocida expresión del gallego cuando se le pregunta si cree en las meigas y contesta que “Creer non creo, pero haberlas...., haylas”.
Ya cuando un barco inicia su vida puede quedar marcado como gafe para siempre. La botadura de un barco equivale a su bautizo. La costumbre de romper una botella de champagne contra el casco tiene su origen en la antigüedad, cuando se vertía vino tinto en la cubierta como libación a los dioses del mar. Mal augurio para aquel barco al cual no se le rompa la botella de champagne a la primera. No me gustaría nada estar a bordo de un casco al que no se le ha roto la botellita de marras a la primera. Los vikingos hacían esta ofrenda con la sangre de algún prisionero sobre cuya espalda arrastraban el barco al bajarlo al mar.
El nombre del barco también es importante. Los armadores de épocas pasadas intentaban evitar aquellos relacionados con el fuego, los relámpagos o las tormentas, ya nos podemos imaginar por qué. Algún armador, no ha mucho, bautizó sus barcos con nombres de vientos, que no de brisas, y no precisamente vientos bonancibles, (dígase CIERZO, MISTRAL, etc.), ya explicaré otro día nuestras vicisitudes a bordo del Cierzo (maldito nombre). Según algunos, no se debía cambiar nunca el nombre del barco, aunque entre los piratas era práctica habitual. Hoy en día, para muchos, sigue siendo un mal asunto cambiar de nombre al barco.
El fuego de San Telmo, esa luminiscencia en forma de penachos que aparece en los extremos de los palos del barco bajo unas determinadas condiciones atmosféricas. De él ya hablan escritores griegos y romanos. Si se presenta en forma múltiple, se le considera como un buen presagio, mientras que si es uno solo (los griegos le llamaban Helena) era un mal augurio. No obstante, antiguamente, en algunas zonas se creía que si iluminaban a un marinero este moriría antes de que pasaran 24 horas. Tuve la suerte de contemplar este fenómeno atmosférico en una guardia de 04.00 a 08.00 y todavía recuerdo al timonel, de La Puebla del Caramiñal, con la cara desencajada y pidiéndome permiso para ir al lavabo.
A bordo se considera que traen mal fario las flores y los paraguas. Me da grima ver como con tiempo lluvioso, de todas las embarcaciones de recreo que hay en puerto, salen sus tripulaciones muy ufanas con el “paragüitas” hacia tierra. Dios nos coja confesados!. También entregar una bandera a alguien a través de los travesaños de una escalera.
Los curas y las monjas también suponen una presencia funesta. Y no es broma. Aseguro que estando embarcado en Ferrys, los peores temporales, los hemos pasado cuando entre el pasaje llevábamos algún cura o monja. Realmente, ver una sotana o un hábito a bordo.... pone la piel de gallina.
Pero con independencia de su nacionalidad o condición, cualquiera tiene prohibido silbar a bordo, esta actividad puede despertar a los vientos y provocar un temporal. Añadamos esto a la presencia de un cura o monja, no hay más comentarios.
Los difuntos tampoco son pasajeros apreciados. A nadie le gusta transportar un ataúd en su barco, recordemos que los marinos que morían en alta mar eran arrojados al océano envueltos en una mortaja de lona con una bala de cañón dentro, (hoy en día acaban en la cámara frigorífica) y la última puntada que cosía la mortaja atravesaba la nariz del fallecido, para que su fantasma no persiguiese al barco. Los ataúdes constituyen una mala carga incluso vacíos.
Las malas ideas de algún contramaestre haciendo limpiar la campana y que esta brille como una patena. Horror, la campana debe de estar llena de salitre y óxido, ¿por qué llamamos al mal tiempo?
Podría seguir dando más ejemplos, pero ya para terminar, simplemente, recordar a aquellos marinos a los que la casualidad.... o no, ha convertido en verdaderos GAFES casi profesionales y de los que nos hemos tenido de guardar, cuando embarcaban, con ristras de ajos colgados del cuello y colocando ajos estratégicamente repartidos por todo el barco, sobre todo en el puente y sala de máquinas.
Ya cuando un barco inicia su vida puede quedar marcado como gafe para siempre. La botadura de un barco equivale a su bautizo. La costumbre de romper una botella de champagne contra el casco tiene su origen en la antigüedad, cuando se vertía vino tinto en la cubierta como libación a los dioses del mar. Mal augurio para aquel barco al cual no se le rompa la botella de champagne a la primera. No me gustaría nada estar a bordo de un casco al que no se le ha roto la botellita de marras a la primera. Los vikingos hacían esta ofrenda con la sangre de algún prisionero sobre cuya espalda arrastraban el barco al bajarlo al mar.
El nombre del barco también es importante. Los armadores de épocas pasadas intentaban evitar aquellos relacionados con el fuego, los relámpagos o las tormentas, ya nos podemos imaginar por qué. Algún armador, no ha mucho, bautizó sus barcos con nombres de vientos, que no de brisas, y no precisamente vientos bonancibles, (dígase CIERZO, MISTRAL, etc.), ya explicaré otro día nuestras vicisitudes a bordo del Cierzo (maldito nombre). Según algunos, no se debía cambiar nunca el nombre del barco, aunque entre los piratas era práctica habitual. Hoy en día, para muchos, sigue siendo un mal asunto cambiar de nombre al barco.
El fuego de San Telmo, esa luminiscencia en forma de penachos que aparece en los extremos de los palos del barco bajo unas determinadas condiciones atmosféricas. De él ya hablan escritores griegos y romanos. Si se presenta en forma múltiple, se le considera como un buen presagio, mientras que si es uno solo (los griegos le llamaban Helena) era un mal augurio. No obstante, antiguamente, en algunas zonas se creía que si iluminaban a un marinero este moriría antes de que pasaran 24 horas. Tuve la suerte de contemplar este fenómeno atmosférico en una guardia de 04.00 a 08.00 y todavía recuerdo al timonel, de La Puebla del Caramiñal, con la cara desencajada y pidiéndome permiso para ir al lavabo.
A bordo se considera que traen mal fario las flores y los paraguas. Me da grima ver como con tiempo lluvioso, de todas las embarcaciones de recreo que hay en puerto, salen sus tripulaciones muy ufanas con el “paragüitas” hacia tierra. Dios nos coja confesados!. También entregar una bandera a alguien a través de los travesaños de una escalera.
Los curas y las monjas también suponen una presencia funesta. Y no es broma. Aseguro que estando embarcado en Ferrys, los peores temporales, los hemos pasado cuando entre el pasaje llevábamos algún cura o monja. Realmente, ver una sotana o un hábito a bordo.... pone la piel de gallina.
Pero con independencia de su nacionalidad o condición, cualquiera tiene prohibido silbar a bordo, esta actividad puede despertar a los vientos y provocar un temporal. Añadamos esto a la presencia de un cura o monja, no hay más comentarios.
Los difuntos tampoco son pasajeros apreciados. A nadie le gusta transportar un ataúd en su barco, recordemos que los marinos que morían en alta mar eran arrojados al océano envueltos en una mortaja de lona con una bala de cañón dentro, (hoy en día acaban en la cámara frigorífica) y la última puntada que cosía la mortaja atravesaba la nariz del fallecido, para que su fantasma no persiguiese al barco. Los ataúdes constituyen una mala carga incluso vacíos.
Las malas ideas de algún contramaestre haciendo limpiar la campana y que esta brille como una patena. Horror, la campana debe de estar llena de salitre y óxido, ¿por qué llamamos al mal tiempo?
Podría seguir dando más ejemplos, pero ya para terminar, simplemente, recordar a aquellos marinos a los que la casualidad.... o no, ha convertido en verdaderos GAFES casi profesionales y de los que nos hemos tenido de guardar, cuando embarcaban, con ristras de ajos colgados del cuello y colocando ajos estratégicamente repartidos por todo el barco, sobre todo en el puente y sala de máquinas.
3 comentaris:
Totes aquestes coses formen part de la cultura del mar, de la cultura del mar més humana.
Bon post!
Carlos,
Pots passar a buscar un petit regal pel Far de la Bnaya.
Bon estiu!
Moltes gràcies Far de La Banya,
Mai hauria dit que quatre ratlles explicant els records d’alguns anys de navegació, pugessin interessar a ningú, i molt menys que a més a més, quelcom ho trobes prou curiós com per premiar-ho.
Em sento com un nen amb sabates noves. Crec que no mereixo la teva distinció.
Carlos
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